IN MEMORIAM D. ANDRÉS JESÚS RODRÍGUEZ BECERRA, EDUCADOR SALESIANO
(1987-2022)
El pasado 23 de octubre de 2022, fallecía D. Andrés Rodríguez Becerra, profesor de nuestra escuela. Su partida a la Casa del Padre, totalmente inesperada, ha provocado en toda la Comunidad Educativa de Salesianos Cádiz un gran impacto emocional; en las aulas, en la sala de profesores, en los pasillos… se notaba la tristeza y la congoja y los silencios sustituían a las voces y algarabía en los cambios de clase.
D. Andrés, ha sido sobre todo un
educador, un educador salesiano; nos deja después de una breve enfermedad,
ninguno esperábamos este desenlace. Aún impactado, escribo estas líneas.
Nació en Puerto Real, el 5 de
abril de 1960, se licenció en Ciencias Físicas, en la especialidad de
Electrónica, por la Universidad de Sevilla, en 1983. De inmediato comenzó a
impartir clases en la etapa de Bachillerato en un colegio de Algeciras. Desde
septiembre de 1987 ha formado parte del equipo educativo de nuestra escuela.
Para D. Andrés la enseñanza era
su vocación, se dedicó en cuerpo y alma a ella; durante muchos años, compaginó
las clases en nuestra escuela, con otros colegios y muchos jóvenes de la Bahía
de Cádiz, lo buscaban para que les ayudase a preparar sus asignaturas ya de
nivel universitario. Dedicaba mucho tiempo al estudio personal, a prepararse y
a elaborar materiales didácticos para sus alumnos.
Supo adaptarse a los constantes cambios del sistema educativo y metodológicos, realizó innumerables cursos de actualización y perfeccionamiento a lo largo de su vida profesional, gran parte de ellos dedicados al conocimiento de las TICS, aprendiendo e implementando esos nuevos conocimientos en sus clases.
En nuestra escuela comenzó
impartiendo las materias de ciencias en la etapa educativa de Bachillerato
(Matemáticas y Física-Química, en 1º, 3º de BUP y COU). La entrada en vigor de
la LOGSE, hizo que impartiera también algunas áreas en la ESO y en el nuevo
Bachillerato.
Los materiales educativos, sus apuntes y las colecciones de problemas resueltos, que editaba de forma sistemática y con primor y paciencia, los ofrecía no solo a todos los alumnos, sino también a los compañeros.
En los meses vacacionales y en su
tiempo libre disfrutaba, estudiando y preparando materiales de las asignaturas
y clases que impartiría posteriormente. Todo ello fundamentado sobre la gran
biblioteca de temas científicos que con el paso de los años fue formando y
consolidando, otra de sus grandes pasiones.
Amaba las Ciencias, pero sobre todo
la enseñanza de las mismas y lo hacía con un estilo cercano, con estilo
salesiano, preocupado por el acompañamiento del alumno, más allá de la clase,
siempre dispuesto a esa explicación que se le demandase, a esa prueba que
facilitase al alumno la superación de la materia.
Su entrega y constancia en la
labor educativa, propició que, en 1994, se le ofreciese ser Coordinador de COU,
función que desarrolló hasta el año 2002, ampliando luego esa función a la
coordinación del Bachillerato LOGSE. También aquí no dejo de aprender,
participó en todos los cursos de formación de directivos que la Institución
Salesiana le ofreció.
Durante muchos años fue tutor de COU y de 2º de Bachillerato de Ciencias; en su labor tutorial sobresalía en el seguimiento y acompañamiento de los alumnos con una relación cercana no exenta de complicidad, en el más puro estilo salesiano, preocupado por animarlos, por ofrecerles posibilidades de crecimiento académico, pero sobre todo personal.
D. Andrés, hiperresponsable siempre, llegaba cada mañana a
la escuela muy temprano, cuando llegábamos el resto del profesorado, lo
encontrábamos trabajando en el laboratorio, frente al ordenador.
Durante más de 35 años hemos tenido la gran oportunidad y suerte de contar con él, como profesor, como educador y como compañero. Muchas gracias D. Andrés por el tiempo y las experiencias compartidas, siempre estarás en nuestro recuerdo.
Manuel Holgado García
Me he permitido introducir tres reseñas sobre Andrés, las dos primeras de dos compañeros de claustro y la tercera de un alumno de Andrés, que estudió posteriormente Matemáticas en la Universidad de Sevilla.
“Andrés, don Andrés”.
Hoy no he dormido bien. Un amigo, un compañero se me había ido, el primero que se me fue. A mis años el proceso del duelo suprime la fase de la no aceptación y de la ira, y todo se siente casi con absoluta resignación y, sobre todo, con muchísima pena.
Empecé a caminar hacia la
estación y tuve que arrebolarme con la cabeza hundida entre los hombros porque
no podía dejar de llorar. Había que empezar con la rutina del trabajo diario, y
eso no podía ser, porque hay dolores que vencen a la voluntad, y decidí poner
al servicio de aquella pena lo que he estado intentando enseñar desde hace más
de treinta y cinco años, un arte que siempre intentó explicarse el mundo, que
siempre intentó explicarnos a nosotros mismos.
El Eclesiastés dice que ante la
muerte no hay que ponerse triste, sino reflexionar sobre ella, y siempre me
pregunté si aquella opción no era todavía peor. Después parece que con el
tiempo se demostraría que ese proceder iba a ser una herramienta para superar
los golpes que te da la vida. Así que me decidí a escribir estas líneas para
poder caminar por este soleado día de otoño donde mi amigo ya no está.
A Andrés, don Andrés, lo conocí
un septiembre de 1987, el día en que entrábamos a trabajar en los Salesianos de
Cádiz, mi colegio de toda la vida. También empezaba por entonces toda una
institución, Manolo Velázquez. Tanto uno como otro lucían dos impresionantes
mostachos muy de moda en aquellos años; y una profesora de Dibujo, esta sin
mostacho, y muy atractiva por cierto, pero de la que lamentablemente no
recuerdo su nombre. Seguro, pensaba, que Manolo Velázquez me lo diría, aunque
lo que ocurrió, nada más vernos, fue que los dos nos pusimos a llorar.
Desde el primer momento, Andrés,
don Andrés, destacó como un magnífico docente y estoy seguro de que si se
hubiera dispuesto el premio al mejor profesor él se lo hubiera llevado todos
los años. Y en el ámbito de la familia también fue así. Sus hijas lo recordaban
como un padre perfecto en medio de un sentimiento de orfandad que apenas
empiezan a percibir y que ni se imaginan lo que va a suponer convivir al
principio con una cicatriz que ya será para siempre. Las palabras de su mujer
me impresionaron: “No había conocido jamás a un hombre más enamorado, desde el
primer hasta el último dia”.
A Andrés, don Andrés, lo podías
ver agobiado muchas veces, pero nunca triste, porque era una persona que desprendía
alegría en todo momento, y por lo que cuentan sus alumnos, a pesar del rigor
con que desarrollaba su trabajo, sus clases parecían a veces un verdadero performance. Yo lo recuerdo
especialmente por alguno de sus gestos más característicos, como cuando algo le
sorprendía o le hacía gracia y se encogía dándose la vuelta, llevándose las
manos a la cabeza y soltando una carcajada.
Durante todo este tiempo que
compartimos tuve la suerte de hablar muchas veces con él, pero fue durante la
pandemia, cuando teníamos que vigilar el patio don Bosco antes de que empezaran
las clases, cuando probablemente tuvimos nuestras conversaciones más profundas.
Un día de aquellos casi seguro que me hizo su mejor cumplido, me dijo que
parecía una persona con una mentalidad de Ciencias por la manera en que
afrontaba los problemas. Yo me lo tomé como un cumplido, aunque entre risas le
explicaba que parecía que no tenía en el fondo muy buen concepto de los de
letras. Su reacción inmediata fue pedirme con mucho apuro disculpas ya que no
había querido decir aquello.
Al final llego a la conclusión de
que todo este dolor tan grande que siento, que sentimos, viene de que con
Andrés, con don Andrés, se ha ido parte de nuestras vidas.
Jesús M. Zulueta Fernández
In memoriam (nota redes sociales)
Andrés Rodríguez Becerra nació un 5 de abril de 1960, en la
localidad de Puerto Real, dónde vivía y compartía su vida con su mujer, sus dos
hijas y posteriormente con su yerno y sus dos maravillosos nietos.
Dotado de una mente privilegiada estudió la no fácil carrera
de Física en la Universidad de Sevilla, especializándose en Física eléctrica.
Tuvimos la suerte de que abandonara la ciudad de Sevilla y
centrara su carrera profesional en la provincia de Cádiz, empezando su andadura
en Algeciras, pero terminando finalmente en Cádiz, en nuestra Casa Salesiana,
dedicando su mente y su corazón a la enseñanza.
Educador nato supo hacer llegar su gran pasión por la Ciencia a los miles de jóvenes que por sus aulas pasaron, con su ingenio los hacía reír y disfrutar de sus clases sacando siempre lo mejor de cada uno de ellos. ¨Vengan conmigo los mejores¨ les decía al entrar en clase y los mejores para él eran todos.
La docencia no era su profesión, era su vida, su pasión,
amaba lo que hacía y su alumnado así lo percibía.
Era querido y respetado por sus niños y niñas, por sus
compañeros y por las familias, porque él ponía su corazón en todo lo hacía.
Hoy tenemos que despedirte Andrés, pero no podemos, porque
permanecerás en nuestro corazón, en nuestros pasillos y en nuestras aulas
siempre.
Descansa en paz querido amigo, te lo mereces.
Laura Cortegano Salguero
BLOG DEL INSTITUTO DE MATEMÁTICAS DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA
https://institucional.us.es/blogimus/2023/01/dos-maestros-in-memoriam/
2023.01.31 22:08
Dos maestros (in memoriam)
" Se marchó el año 2022 y con él se fueron también dos personas esenciales en mi vida y en mi vocación como matemático. Hoy quiero rendir, humildemente, homenaje a estos dos maestros (en el sentido amplio de la palabra, que es enorme) a los que tanto debo. No se trata de hacer una semblanza biográfica. No soy la persona adecuada para ello ni por conocimiento ni por cercanía. Se trata únicamente de reflexionar sobre mi experiencia de aprendizaje con ellos y, con algo de suerte, reconocer y apreciar la labor de estos dos grandes profesores....
Probablemente José Luis Vicente Córdoba ....
A diferencia de José Luis, el nombre de Andrés Rodríguez Becerra probablemente no le diga gran cosa a la mayoría de la gente que lea esto. Sin embargo, probablemente toda persona que ame las Matemáticas conoció a Andrés. En su caso se llamaría de otra forma. Sería un profesor, o tal vez una profesora de 2º de BUP, o quizás de 3ª de la ESO. Pero de lo que estoy seguro es de que, en algún momento de la vida, alguien le hizo descubrir la extraña belleza de las Matemáticas y prendió una llama que nunca se apagó. Esa persona, para mí, fue Andrés.
Andrés era un profesor enérgico, extrovertido, incansable. Tenía una afición irrefrenable por canturrear, cosa que hacía regular. Y también por contar chistes, posiblemente de los peores que he escuchado en mi vida, pero que sin embargo tenían un encanto particular por lo mucho que se divertía contándolos. Disfrutaba como un niño pequeño enseñando, y se le notaba. Transmitía su entusiasmo por la materia de manera completamente natural y contagiosa. Además de eso, era un profesor extraordinario en la profundidad y detalle de sus clases. Por poner un ejemplo, en COU nos dio todas las propiedades de los determinantes, con sus demostraciones (a partir de la definición como sumatorio indexado por las permutaciones). Guardo aquellos apuntes con más cariño que ningunos otros, anteriores o posteriores. Y es que, a pesar de ser físico de formación, no atajaba nunca en sus explicaciones. Se dejaba las energías que hicieran falta en inculcarnos rigor y precisión y, en ese esfuerzo, a mí me ganó para siempre para las Matemáticas.
Con los años, sin embargo, lo que más he llegado a admirar retrospectivamente de Andrés era su empeño en atender a, y en explicar para, todo su alumnado. Para los que íbamos sobrados y para los que íbamos justitos. Y lo digo con pleno conocimiento de causa porque, como nos daba Física y Matemáticas, yo fui miembro de pleno derecho de ambos grupos. Su dedicación a cada persona de su clase lo hacía un profesor ejemplar. Así como José Luis, Andrés era un caso clínico de generosidad y también de compromiso con su papel de profesor de Enseñanza Secundaria como creador de vocaciones.
Este otoño nos sacudió la noticia de su repentino fallecimiento. A pesar de haber tenido poco contacto con él en los últimos años, me sobrevino una sensación extraña, mezcla de desamparo y de impotencia. Y lo primero que recordé fueron aquellas mañanas en el patio que compartíamos los grupos de COU. Un patio al que salíamos entre clase y clase a tomar el aire, a echar el cigarrito, a rajar del Cadi o a comentar el último cajonazo. Andrés normalmente aparecía pronto, antes que los demás profesores, y se dirigía a la puerta de su aula a paso de marchador olímpico mientras tronaba “¡vengan conmigo los mejores!“. Que no eran (éramos) los mejores, desde luego. Pero sí éramos, allí y entonces, los que más le importábamos. En ese momento, en su clase, se entregaba para hacernos sentir que, de verdad, éramos los mejores. Cuando, en realidad, el mejor era él."
José María Tornero.
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